«Casi me quedo en silla de ruedas… y habría seguido en Pasapalabra»

«Casi me quedo en silla de ruedas… y habría seguido en Pasapalabra»

Cuando recibió la llamada de Telecinco para hacer su primer casting como presentador de Pasapalabra, Christian Gálvez ya tenía un acuerdo con Antena 3 para conducir un nuevo concurso. La decisión estaba tomada… hasta que descolgó el teléfono. No se lo pensó dos veces y se dirigió a Mediaset. Hizo una prueba que sólo habían realizado mujeres –para un programa que había triunfado con Silvia Jato– y enamoró a los productores. Se lo tomó tan en serio que leía cientos de roscos con un lápiz entre los dientes para mejorar su pronunciación. Así, el reportero sinvergüenza de Caiga Quien Caiga se convirtió en el presentador de uno de los programas más educativos de España. «Yo era el chaval colgado del Caiga. Fue como poner a un extremo de portero, pero vieron algo en mí y les salió bien».

Y tan bien. A sus 36 años, Gálvez lleva ya nueve entre rosco y rosco mientras arrasa a la competencia: 18,1% de share esta última temporada, cinco puntos más que su mejor rival, e infinitos minutos de oro superando, incluso, el 30%. Es el ojito derecho de Pedro Piqueras, presentador de los informativos de las nueve de la noche. «Es mi gran valedor aquí», se ríe Gálvez. Lógico. La audiencia de la parte final de Pasapalabra es tal que los telediarios rivales aguantan un par de minutos hasta que el programa termina y comienza a repartir sus espectadores. Es El Efecto Pasapalabra. El Efecto Christian Gálvez, un presentador que es estrella sin serlo ni parecerlo, un enamorado del Renacimiento que en sus vacaciones recorre Italia en busca de historias para unas novelas que arrasan en ventas y al que le cambió la vida en 2012, cuando tuvo que hacerse a la idea de que podría pasar el resto de sus días en silla de ruedas.

¿Llegas a entender todo lo que significa un programa como Pasapalabra?

Es la leche, pero no soy consciente. Por la mañana miro las audiencias, veo lo que hay, digo «de puta madre» y ya. El poder lo tiene la gente: hoy pulso el cinco y mañana otra cosa.

¿Qué tanto por ciento del éxito de Pasapalabra corresponde a Christian Gálvez?

Puf… ¿Un 1%?

Venga, va.

Hostia, es que no lo sé. ¿Sabes qué pasa? Pasapalabra funcionó con Silvia (Jato), funciona con Christian y posiblemente funcione con el -o la- que venga después. Creo en el formato, pero… (piensa mucho). Siempre pienso que si Pasapalabra o Saber y Ganar se estrenasen hoy no durarían mucho tiempo en pantalla porque estamos acostumbrados a otro tipo de lenguaje audiovisual. En otros programas pasan cosas, explotan cosas, se cae gente… No es «te pregunto y, si la sabes, bien». Pero hay gente que sí que demanda entretenimiento y cultura en televisión, el formato es muy bueno y hay que ser muy cafre para hacerlo mal.

Christian, con ‘h’ («me jode mucho cuando la quitan, así que ya sabes»), se prepara para grabar tres nuevos programas del tirón mientras entro en la sala de maquillaje. Es la una de la tarde y tenemos 45 minutos de entrevista, luego sesión de fotos y a las tres comienzan a grabar hasta pasadas las ocho. «¿Y cuándo come?», le pregunto cual abuela preocupada a la jefa de programa. «¡Gracias! Por fin alguien que piensa en mí», se ríe Gálvez por detrás. Y lo hace bastante. A cada segundo. Con las maquilladoras, con su peluquero y hasta conmigo, que soy gallego y no tengo sentido del humor. Se ríe tantas veces que llego a pensar si estará fingiendo al tener a un periodista delante, pero no. Sirven dos minutos para que uno se dé cuenta de que Christian Gálvez es un presentador estrella (más estrella de lo que parece) encerrado en el cuerpo de un chaval normal de Móstoles.

«No todo vale en televisión»

Decidimos improvisar la entrevista allí mismo, entre ruidos de tijeras y máquinas de afeitar, en lugar de esperar para hacerlo en la sala VIP. Porque cuando uno pregunta sobre Christian Gálvez la primera respuesta es casi siempre la misma:«Es un tipo normal». El tipo normal que prefiere la sala de maquillaje a los sofás de la sala VIP. «Soy consciente de que la gente ve a Chris, que es algo que me mola, pero creo que el hecho de no tener esa posible aura de estrella me perjudica en otros ámbitos, me hace no tener más proyectos. Pero estoy contento conmigo mismo y no me gustaría cambiar. Cambié una vez hace mucho tiempo y me di un trompazo contra el suelo. Aprendí mucho y cuando me levanté, dije: ‘del suelo no me muevo’. Mantengo los mismos amigos de siempre, se meten conmigo, me putean… Y no ven lo que hago».

¿En qué sentido te ha perjudicado no tener esa aura?

A mí me hace mucha gracia que te pones a ver comparaciones entre las caras de Telecinco y a veces consideran que Gálvez está en un segundo plano, en una especie de Segunda División. ¡Pues yo estoy muy contento en Segunda División! Desde enero de 2013, aparte de ¡Vaya Fauna!, no he vuelto al prime time, y hay gente que considera que si un presentador no está en prime time es un fracaso… Pero es que yo llevo más de 2.400 programas en Pasapalabra por las tardes. ¿Que me encantaría hacer prime time? Sí. ¿Que me encantaría hacer directo? Me encantaría, pero no hay hueco.

Atractivo, elegante, divertido y sin llamar mucho la atención, a Christian Gálvez siempre se le ha catalogado como el heredero de Jesús Vázquez, el presentador español más reconocible de la última década, «el maestro», para Gálvez. Se le nota un poco resignado hablando de esas divisiones de presentadores, y no es para menos. Los dos Vázquez (Jesús y Jorge Javier) copan el prime time semanal de Telecinco entre Supervivientes, La Voz, Sálvame Deluxe y Gran Hermano(Jorge Javier ha sustituido esta temporada a Mercedes Milá). Son la gran apuesta de la cadena en un contenido totalmente distinto a lo que ofrece Pasapalabra.

¿Todo vale en televisión?

Para mí no, pero lo decide el espectador. Creo que hemos llegado a un punto en el que ya ni siquiera lo decide la cadena, pero para mí todo no vale. Y de hecho tengo ciertas cláusulas en mi contrato para no hacer determinadas cosas, pero ese soy yo. Eso no significa que la tele tenga que ser así.

¿Has tenido discusiones con compañeros por cierto tipo de contenido?

Sí, pero es lógico. También se me puede acusar de que no valgo para esto. Pues igual no. Pero creo que no vale todo. Al final el secreto está en irte a dormir con la conciencia tranquila. Yo de momento me voy, aunque hay cosas que han ido como el culo. Tengo la suerte de decir que cuando no quiero hacer algo, no lo hago.

«Darme este programa fue poner a un extremo de portero. Pero salió bien»

Cuando habla de esas cosas que «han ido como el culo», Christian Gálvez se refiere a ¡Vaya Fauna!, con el que vivió el que seguramente fue el peor momento de su carrera televisiva. Recibió un sinfín de críticas por el programa, en el que una serie de animales adiestrados por sus dueños mostraban sus mejores habilidades. Antes de su estreno, muchas asociaciones denunciaron que los entrenamientos estaban basados en el maltrato físico, y después del primer programa internet se llenó de quejas. La más viral fue la de otro presentador, Frank Cuesta, que acusaba a Gálvez de ser cómplice de la situación de esos animales.

¿Te arrepientes de haber realizado el programa?

No. Totalmente. Porque dormía con la conciencia tranquila. Otra cosa es que se tergiversaran cosas. Yo de Frank no voy a hablar, no tengo nada que decirle. Creo que mucha gente se aprovechó de ese programa pero todos dormimos con la conciencia tranquila. ¿Que el programa no tuvo la calidad que debería haber tenido? Posiblemente. Pero es que estoy en contra de todas las acusaciones que se hicieron de maltrato animal. Me hace mucha gracia cuando la gente decía que el caso del oso estaba denunciado ante los tribunales. Fuimos a los tribunales y no había denuncia. Conocíamos cómo vivía el oso y vivía de puta madre. Fue un oso rechazado por sus padres, que fue tratado bien desde el principio… pero claro, a ti te ponen un vídeo de otro oso al que maltratan…

Esa época fue «la más decepcionante» de su carrera, cuenta, mientras por la puerta comienzan a desaparecer compañeros para dejarnos en la extraña intimidad que puede dar una sala de maquillaje. Buen momento, porque el tema de ¡Vaya Fauna! parece que es el que más molesta a Christian. Durante las semanas que duró el programa fue la diana de una crítica que se vuelve especialmente dura en las redes sociales. Él decidió aislarse y no contestar a ninguna para no echar más gasolina a una polémica ya de por sí bastante tensa, porque Gálvez además era (y es) defensor de los animales y colaborador en varias asociaciones. De ahí las críticas. Confiesa que «posiblemente» no volvería a hacer el programa, aunque más por la calidad que por la presión popular. «Hay una frase que lo ejemplifica muy bien. A Antonio Banderas le preguntaron una vez, ‘¿qué diferencia hay entre trabajar en España y en Estados Unidos?’, y dijo,‘en Estados Unidos no perdonan a los perdedores, y en España no perdonan a los ganadores’. Y tiene razón. En España hay una tendencia muy heavy a ensalzar a la gente y a tirarlos por un precipicio. Y eso nos gusta», explica, algo dolido. «De repente ves pasar toda tu vida en televisión por una acusación falsa que no hay manera de rebatir. Con todo el tiempo que has estado invirtiendo para hacerlo bien de repente alguien dice algo tergiversándolo y se puede ir todo al carajo».

¡Vaya Fauna! fue el regreso de Gálvez al prime time de Telecinco después de superar el momento más difícil de su vida. En 2012 se rompió la espalda. Se le salió el disco bicéfalo y le atrapó el nervio ciático perdiendo la movilidad en una pierna. «E iba a más», dice. Superó una operación que le podría haber dejado en silla de ruedas, aprendió a andar de nuevo y se obligó a volver a Pasapalabraantes de tiempo.

«En EEUU no perdonan a los perdedores y aquí no perdonamos a los ganadores»

¿Qué pensabas en esa época?

Me cambió la vida. Fue una situación personal en la que descubres que a veces estás solo, porque el mundo de la televisión va muy rápido y no espera por ti. Mi mujer (la ex gimnasta Almudena Cid) fue mi mayor apoyo. Ahora llevo clavos en la columna y estoy bien, pero en aquel momento era continuar o me buscaban sustituto. Y cuando te buscan sustituto hay dos problemas: que lo haga muy mal y que se vaya al carajo todo el trabajo que has hecho durante mucho tiempo; o que lo haga muy bien y se vaya al carajo todo el trabajo que has hecho durante mucho tiempo (risas).

¿Cómo presentabas Pasapalabra?

Me di el alta voluntaria porque si no tenían que poner a otra persona y venía con corsé a trabajar. Normalmente hacemos tres programas cada tarde, de tres a ocho y media, y en aquella época tardábamos más de doce porque grababa un programa y tenía que tumbarme una hora. Así todos los días.

¿Viste peligrar tu carrera?

No. Lo peor que podría haber pasado es que me hubiera quedado en silla de ruedas. Y en silla de ruedas podría haber hecho Pasapalabra. No creo que Telecinco hubiese prescindido de mí sólo por eso.

Salimos de la sala de maquillaje y vamos hacia el plató. Esta tarde toca un programa especial con concursantes antiguos y estrenan pruebas nuevas, así que los productores están algo impacientes. Christian saluda efusivamente a los ex ganadores y se tira hablando con ellos por lo menos 20 minutos. Me sorprende, así que pregunto a uno de sus compañeros: «Con muchos tiene amistad y suele quedar a menudo». Me quedo pensando en qué lleva a un presentador estrella a quedar con sus ex concursantes mientras a mi lado la grada se va llenando de señores mayores que van de programa en programa como quien va a un festival de música. Varias señoras me ven y Dolores, la primera en hablar, se lanza con un «hijo, ¿qué haces?». La Gran Dolores, con pelazo a lo Lebowski, cuenta sin yo preguntar que se hace cuatro programas al día y sueña con que mañana le toque La Voz, «pero yo voy al que me echen». Y como ella, el casi centenar de personas que se sientan a su lado. Veinteañeros y mayores, pero con una cosa en común: adoran a Gálvez: «Ojalá lo tuviese de yerno, es perfecto para mi hija». Dolores sabe elegir.

Lo del yerno perfecto lo repite Rafa Guardiola, director de Pasapalabra: «Le quiere gente de todas las franjas de edad, por eso es perfecto para esto. Ha revitalizado el formato». El regidor pide silencio y comienza la locura: luces por aquí, aplausos por allá, alguna broma intermedia… y King África. Todo sucede rapidísimo y cuando uno se quiere dar cuenta ya han grabado el primer programa. Porque no sé si os habéis dado cuenta, pero Pasapalabra no es en directo: «A veces la gente me ve por la calle a las ocho o nueve de la tarde y me miran mal», bromea Christian, que aprovecha el descanso para jugar al ajedrez vikingo con los compañeros de realización antes de volver al ruedo.

«Romperme la espalda me cambió la vida. Descubrí que estaba solo»

¿A mayor éxito de Pasapalabra, menos probabilidades de cuajar en otro programa? Por ejemplo, no sé si la gente se imagina a Jordi Hurtado haciendo otro tipo de contenido.

Claro, pero mira, la opinión que me estás dando es prejuicio y no creer en la polimatía, en la multidisciplina. No sabría decirte. La sombra de Pasapalabra es alargada pero ningún presentador se quiere encasillar ni autocensurar en un solo programa. Ahora, que mañana me renuevan y me dicen: «Sólo vas a hacerPasapalabra en tu vida». ¿Dónde hay que firmar?

¿Vosotros también lo habéis leído? ¿Polimatía? ¿Multidisciplina? Abandonamos al Gálvez presentador y nos vamos con el escritor, el que pasa cuatro meses al año en Italia junto a su mujer, Almudena, de la que se enamoró cuando visitó el programa. En Italia se documenta, escribe y viaja, viaja mucho. Ventajas de los horarios de Pasapalabra: dos meses de grabaciones y uno de vacaciones. «Italia ha significado el Renacimiento de Christian, nunca mejor dicho. Aquí me surgió el gusanillo de la literatura y ahora compagino las dos cosas. Creo que en la multidisciplina del Renacimiento».

Gálvez publicó este año la segunda entrega de su trilogía Crónicas del Renacimiento: Rezar por Miguel Ángel, cuya idea surgió cuando observó que el Adán de la Capilla Sixtina tenía ombligo. Pensad. «Si uno entiende un poco de teología sabe que eso no debería estar ahí. Que ni Adán ni Eva deberían tener ombligo. Y cuando descubres que no sólo hay un ombligo, sino que hay muchas cosas, empiezas a tomar partido por la intencionalidad. Y empiezas a descubrir. Pasa desapercibido porque lo damos por hecho, pero no, es muy heavy», explica, y se le ilumina la cara mientras habla de sus dos hijos: «Conozco a Miguel Ángel y Leonardo lo suficiente como para saber diferenciar entre genio y maestro». Y yo me quedo pensando si Leonardo era la Tortuga Ninja del antifaz azul o del naranja. «Pues lo han hecho mal, en las Tortugas Ninja sobra Donatello y falta Botticelli. ¡Y encima han cambiado los roles!», apunta. Y le creo. Como para no creerle.

«Un abogado puede escribir libros, pero un presentador es un intruso. Hostia»

Explícame lo de la multidisciplina.

Me hace mucha gracia que un profesor, un abogado o un cirujano puedan escribir libros y no pasa nada, y luego llega un presentador y ya es un intruso, y dices «hostia»… Hay que saber diferenciar, no ya entre los buenos y malos, porque eso lo decide el lector, pero entre el que ama y respeta la literatura y el que no.

¿Hasta qué punto a ti, que te documentas durante años, te duele que luego en España algunos de los libros más leídos sean más simples, menos trabajados o de autores que ni escriben ellos mismos?

Tu ego se siente dolido cuando ves que vendes 100.000 copias y has estado cinco años trabajando y otro vende 500.000. Tienes un punto de envidia y celos, pero no soy quién para juzgar a nadie. Posiblemente esa gente atraiga a la literatura a gente que no ha leído en su vida.

En la televisión pasa igual. La gente se queja de programas que después son los más vistos.

Claro, es que me hace mucha gracia. ¿Por qué se emiten esos programas? ¿Porque las cadenas los exhiben o porque hay demanda? Y en este caso, ¿qué es la televisión basura? ¿Tres millones de espectadores están equivocados?

Hace un par de meses le hicimos una entrevista a Paolo Vasile, consejero delegado de Mediaset España, en la que decía que al espectador había que quererlo, no educarlo.

Y Paolo tiene razón. El servicio de una televisión podría ser educar, pero su finalidad es entretener por encima de todas las cosas. Eso es lo que quieren los principales directores. Si además consigues un formato como Pasapalabra, en el que puedes entretener y encima educar, eso ya es la hostia.

Y otra vez luces. Y el regidor levanta las manos. Y aplausos. Y Dolores encantada. Y King África. «Qué, ¿te mola?», pregunta Gálvez cuando acaba otra grabación. «Es una maldita locura», contesto. Tiene tiempo para un par de bromas y desaparece para cambiarse de vestuario mientras sigo pensando en las Tortugas Ninja, en el ombligo de Adán y en que no esperaba que este tío me cayera tan bien. Pasan diez minutos y vuelve. Ajedrez vikingo. Luces. El regidor. Aplausos. Dolores… Y sí, siempre Christian Gálvez, como cada tarde de los últimos nueve años. Y los que quedan.

Fuente original: elmundo.es